Comentario
La gran ganadería trashumante, organizada en torno al Honrado Concejo de la Mesta, mantuvo continuos conflictos y pleitos con los agricultores por la invasión de los campos por parte de sus inmensas cabañas de ovejas en movimiento. La Mesta llegó a contar con un máximo de tres millones y medio de cabezas en 1526, momento cumbre de su historia, según Julius Klein. Aunque existían algunos centros textiles de importancia (Segovia, Cuenca, Zamora, Barcelona) y multitud de pequeños telares por todo el territorio, buena parte de la producción lanera se dedicaba a la exportación y volvía, en forma de manufacturas de lujo, a ser reintroducida en el que había sido su lugar de origen.
En 1558, el contador Luis de Ortiz presentó a Felipe II su célebre Memorial, en el que sometía al rey la consideración de cómo la lana merina volvía en forma de tapicería flamenca, la seda de Granada lo hacía como raso florentino o el hierro de Vizcaya como dagas y frenos milaneses. Curioso círculo en el que al comprador se le venden productos que han sido manufacturados con sus propias materias primas, debiendo, además, pagar enormes cantidades por ellas. La solución propuesta por Ortiz era simple: "Y el remedio para esto es vedar que no salgan del reino mercaderías por labrar ni entren en él mercaderías labradas".
Es decir, que las materias primas fuesen elaboradas en el propio territorio, donde se contaba con una importante red de ciudades dominadas por la producción artesanal, que no decaería hasta mediados de la década de 1570. La más importante de las industrias era la pañera -Segovia alcanzó una producción media de 13.000 piezas anuales-, seguida de la sedería, localizada con preferencia en Granada, donde era trabajada por moriscos, pero en la que Toledo llegó a tener 2000 telares a mediados del siglo.
La producción artesanal urbana quedaba enmarcada dentro de alguno de los numerosos gremios en los cuales se agrupaban, normalmente, los que se dedicaban a una labor determinada y específica dentro de un arte como, por ejemplo, la lana (cardadores, tejedores, etc.). En estrecha relación con los concejos, se ocupaban de regular con ordenanzas la producción (volumen, cantidad, precio) y el acceso de los nuevos miembros al oficio, por medio del pase de la condición de oficial a la de maestro. Las corporaciones gremiales eran también una forma de agrupamiento social o de ayuda mutua -en origen, habían sido cofradías- y estaban dirigidas por mayordomos en Aragón, sobreposats en Mallorca, consols en Cataluña y veedores en Castilla.
Las estrictas regulaciones del sistema gremial podían ser obviadas sacando la producción de las ciudades, que eran su marco de acción, al mundo rural. Se creaba, así, una forma de trabajo a domicilio que, si bien hacía descender la calidad de los productos, permitía incrementar el número de piezas y, en consecuencia, abaratar el coste final. Valentín Vázquez de Prada ha recogido un testimonio de las Actas de las Cortes de Castilla fechado en 1552 y que refiere cómo "era cosa notable caminar por todo la serranía de la tierra de Segovia y Cuenca y ver la ocupación que en ella había, sin que ninguno de ninguna edad, hombre ni mujer, holgase, entendiendo todos en la labor de la lana".
Hacia 1575, las posibilidades de desarrollo de la actividad manufacturera en las ciudades parecen empezar a ir cerrándose y lo hacen en coincidencia con el final del período expansivo demográfico en la Corona de Castilla. Las causas que se han propuesto para explicar este fenómeno son variadas y, por supuesto, cambian mucho de labor a labor artesanal. Por ejemplo, la expulsión de los moriscos de Granada incidió, claro está, sobre las sederías de la ciudad. Para el caso segoviano se ha señalado que el altísimo precio que la lana alcanzaba en el mercado exterior habría conducido a que se exportase toda la producción lanera de mejor calidad, desabasteciendo, así, los telares propios.
Sin embargo, habría que buscar una explicación más general que permitiese abarcar a un número mayor de actividades. La mentalidad antimercantil de la sociedad hispánica enquistada en torno a la limpieza de sangre y a la hidalguía hubiera debido actuar desde mucho tiempo atrás, puesto que ya habría estado consolidada anteriormente. En cambio, varios extremos permiten considerar que esa crisis tuvo que ver con el papel jugado por la propia Monarquía.
Su omnipresente necesidad de recursos y liquidez la habría llevado a modificar su política hacendística y fiscal en ese último cuarto de siglo -suspensión de pagos de 1575, cambio en la recaudación de alcabalas, títulos de juros, ventas de vasallos y jurisdicciones, recaudación de millones- y, de paso, a propiciar el nuevo interés por las rentas que muestran muchos grupos mercantiles de ciudades que hasta entonces habían mantenido su actividad productiva. Quizá a partir de entonces la máxima rentabilidad posible pasaba por el privilegio y el negocio por las rentas.
En el envés de esta trama de intereses y estrategias se encontraban los pobres. La marginación económica de quienes no poseen ningún tipo de renta ni salario es evidente, no tanto así su exclusión social ni su relación con el resto de la población que, para su suerte, contaba con más medios de fortuna ni tampoco su propia consideración como grupo.